jueves, 6 de julio de 2017

Ósmosis XII









                  Para Óscar Colomina Aranda,
        por el rock que vibra en sus venas.



         Después de una noche loca, de subida aún, el sol les obliga a retirarse a sus aposentos familiares. Un cambio de rasante y una curva disimulan la sorpresa del horizonte.

         Control policial. En el claroscuro malva, un señalero aeropuertario de carreteras indica aterrizar entre los conos y las luces ámbar, junto  al coche patrulla. Otro agente, abanico cerrado de la mano buscando la sien, mira a los ocupantes. “Control de alcoholemia, drogas y rocanrol”. 

         La conductora obedece y se mete el alcoholímetro en la boca, después de liberarlo de su preservativo. Sopla: 0,0 g/l. Disciplinada, pero algo más nerviosa, se deja trastear la boca para la muestra indiciaria de droga. No hace falta una segunda prueba de laboratorio. Fuera de sí, la conductora se revuelve sobre sí misma ante la compasión de sus amigos y el ceño fruncido del guardián de la ley. “Le recuerdo que someterse a la prueba es obligatorio. Negarse es delito y comporta pena de seis meses a un año de prisión o prestación de treinta a noventa días de trabajos en beneficio de la comunidad; privación del derecho a conducir de hasta cuatro años, una sanción de mil euros y la pérdida de seis puntos”. Desenfunda, temblando, el rocanrolímetro y lo introduce en su pabellón auditivo. Ante los ojos desencajados del pastor uniformado del orden, suenan todas las alarmas. 

         La conductora y los ocupantes abandonan el coche y, cabizbajos y al ritmo marcial de la obediencia, por el arcén, son engullidos por la claridad atonal del  nuevo día.




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