domingo, 31 de mayo de 2015

Arquitrabes IX: Las raíces del futuro







¿Cuánto podrá vivir un árbol (no modificado genéticamente) volando?


Los que no los conocieron arraigados en la tierra (nacieron con ellos enraizados en aire desde siempre) los verán con ojos normalizadores. 


Si pueden vivir. De momento parece un árbol ahorcado.

lunes, 11 de mayo de 2015

Vilanos



 
Gorrión moruno con alma de vilano


         Consistencia de la inconsistencia. Perseverancia de la fragilidad. Coreografía dirigida por el aire en su precipitación hacia otras cumbres. Suicidio engendrador, silencioso y contumaz, sin la heroicidad presunta de los salmones, heroico en su sordina de estridencias primaverales, en la tenue textura de su vida. Como miles de suspiros, en rebaños anárquicos o bohemios vuelos solitarios, según el capricho del viento, los vilanos buscan su origen.

         Iba a ser un haiku y lo ha preñado de su desbordarse la primavera. 




Al pairo, en su azar azul,
danzan los vilanos,
fértiles alas sin tragedia
que anidan la vida
y callan hasta la próxima primavera.


Nieve volátil y cálida,
casi nube,
que toma tierra,
                      amapolas
                               genistas
                                         y jacarandás
y les hace un amor desordenado
y grácil
como
su
                                                              vuelo.
 

Un corazón de colibrí
en cuerpo de gorrión
los mira y suspira desde lo verde.




                               

domingo, 3 de mayo de 2015

Destellos LXIII






 
Expansión vital de la vida, fractalidad entrópica.



Algún día intentaré explicar cómo vivo la duración. Mientras, la dejo durar, hacerse corazón de mi tiempo, isla en el mar de la prisa por llegar siempre tarde al querer llegar demasiado pronto. Dura lo que se vive.

Ser Rimbaud, intenso, desde la persistencia constructiva de Mallamé: hacer de la epifanía una catedral léxica con apariencia de ermita. Dura el tiempo también en el silencio denso del que sabe escuchar en el oír o ver en el mirar. Es el tiempo del diletante, del que pasea sin rumbo lleno de comunión.

El fracaso de la esencia. El triunfo del simulacro. El “selfie” como impostura. Virtualidad que desvirtúa en la falsa ubicuidad. Riqueza de posibilidades que empobrece.

Dura lo que hacemos durar. No es una cuestión de cantidad: es su calidad, su aspecto verbal imposible de amojamar en una perífrasis durativa. 

Masticar un caramelo como si lo chuparas.

Como el tuétano del ser de los huesos del estar.





Crece la vida desde la muerte.
Le crece vida a la muerte que fuimos para llegar a la muerte que seremos. O a la muerte que nunca fuimos para arribar a la muerte que nunca seremos.
Nihilismo fértil: en el paréntesis del ser, la consciencia nos brota como las yemas a los árboles o el agua a las montañas. Borbotones verdes o de espuma que habitan el atanor del individuo para hacerlo persona.



El “tempus fugit”, en su fluir temporal, circunda y estrangula el “carpe diem” y lo arrastra y precipita hacia la nada de su infinito eterno.



Soy todo yo. Efímero en lo que me brota hacia adentro.




Sale el sol en el móvil: ya es de día. Vivimos al calor de su pantalla, a merced de su batería.



Roca del nuevo Sísifo: lista de tareas pendientes.




Hay una pulsión de eternidad asesinada por el tiempo en cada acto.




Los hiperactivos dinamizan el mundo desde la tiranía intolerante del no atender a la diversidad.



Claustrofobia tecnológica desde pantallas que cantan (y venden) la globalidad.




La noche es la sombra que proyecta el día.





Equinodermo enraizado preñado de verdes en el mar del aire. Ofiura de dedos fértiles que dan viento al aire.