lunes, 27 de junio de 2011

Destellos XIV

Del pensamiento, ese continente amorfo, de desgajan las ideas, tómbolos primero, islas después que pueden fundar nuevos continentes. Algunas ideas no son capaces de adentrarse en el mar y permanecen ancladas al pensamiento por el cordón umbilical de su istmo. Otras se hacen península. Otras, noctilucas solitarias, se funden en la masa viva de las aguas y, como destellos, titilan fugazmente en lo negro que les da cuerpo y las exhibe.

Escorzo de una  ilustración de Monse Fransoy (1998)

El que no seré me espera al otro lado del yo.
Los vértices del aire, alfileres en invierno, se hacen dulces en las noches de verano.
Vive bajo la sombra del sol: dialéctico oxímoron que le permite, cínico, sentirse más vivo, agente de su propia vida.
Desobjetualizar la realidad. Cosificar las ideas: ¡Qué universo dentro de “cosa”!
Fundas de viento para la médula del aire. Hay quien danza en su vaivén coreográfico y quien es arrastrado en grave “rigor vitae” como si un acelerador de partículas de nichos sucesivos lo trasladase en andas ensartando todos los que será, sin ser ninguno.
La transparencia de dios tiene sus asideros invisibles: te puedes colgar en ellos.
“Las cerezas del cementerio”. Los cipreses de la guardería: la sombra del cerezo, verde y roja, también es alargada.
En el silencio, la sombra ilumina la oscuridad y todo parece más claro. La sombra es tuya: la oscuridad, nuestra.

domingo, 26 de junio de 2011

Noctiluca: bioluminiscencia de la alegría


La sencillez de la emoción, intuitiva pero producto del arte. Esta canción de Jorge Drexler, una sugerencia impresionista, minimalistamente  lírica, nos lleva a la playa oscura de Cabo Polonio, en Uruguay, iluminada cada doce segundos por el faro de tierra y cada doce segundos por esas luciérnagas del mar llamadas noctilucas, como un manto fosforescente, como una absorción lumínica de luna del agua. Más que nunca, es allí la luz como el agua, como en el cuento de García Márquez.  Esa célula con forma de melocotón, flagelada y con un tentáculo estriado transversalmente y largo, se hacina en forma de plancton costero luminiscente, como polvo de estrellas, como polvo de luna, como vestigios del sol dormido. Esta noctiluca miliaris de la zona este del Cono Sur americano llega hasta nosotros en la poesía y la voz de Jorge Drexler.

Por nuestros mares hay más pelagia noctiluca que noctiluca miliaris: también fosforece, pero es medusa urticante y su belleza entre rosa y violeta, su cimbreo marino acompasado, quedan eclipsados por el recuerdo que se saca del mar, tatuado en la piel.

Armar la trama para “amar la trama más que el desenlace”: vida que fluye y disfruta de su fluir, sin pretensión de agonía, pletórica de presente. La herida de luz del faro que abre porciones de noche, que barre también con su oscuridad el paisaje para dar paso al “brillar de las noctilucas”. Destellos interiores que hallan su correlato objetivo en el encandilamiento marino: la paternidad que se refleja en el agua oscura. La noche como “alegría anticipada” del día por venir. De los “escombros” apuntalados de la edad en la que “la certeza caduca” a la luminosa certeza de la vida por inaugurar.
Disfrutad de esta miniatura lírica: saldréis de aquí bañados en la luz de su música. Acurrucaos sobre sus notas y dejaos mecer por su vaivén. Fagocitad esos destellos oxidados: también os iluminarán por dentro. Hemos inventado la bombilla musical.



La noche estaba cerrada
y las heridas abiertas.
Y yo que iba a ser tu padre
buscaba sin encontrarme,
en una playa desierta.

Tenía la edad aquella
en que la certeza caduca
y de pronto al mirar el mar
vi que el mar brillaba
con un brillar de noctilucas.

Algo de aquel asombro
debió anunciarme que llegarías,
pues yo desde mis escombros,
al igual que el mar,
sentí que fosforecía.

Supe sin entenderlo
de tu alegría anticipada:
Un día entenderás que habla de ti
esta canción encandilada.

Brilla, noctiluca:
un punto en el mar oscuro,
donde la luz se acurruca.

Jorge Drexler, “Noctiluca” en Amar la trama (2010)

jueves, 23 de junio de 2011

Va de sonetos

Lope de Vega, ese gran lírico del barroco español eclipsado por el dramaturgo que fue sin poder dejar de ser poeta, ni barroco, en todas las dimensiones de su persona, nos ha nombrado herederos pasivos (gozadores) de sonetos como los que siguen.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

       no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

       huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

       creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor: quien lo probó lo sabe.




       Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

       Yo pensé que no hallara consonante,
y ya estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

       Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

       Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y ya está hecho.


(LOPE DE VEGA, Lírica. Madrid: Castalia, Clásicos Castalia, 104, 1982, págs.. 136 y 359-360. Edición a cargo de José Manuel Blecua)

Jorge Drexler, gozador lopeveguiano y activo compositor, hace de puente hacia quienes no conozcan al Fénix de los Ingenios, al Monstruo de la Naturaleza. Aquí va su soneto, en letra y voz.

Que el soneto nos tome por sorpresa
         Entrar en este verso como el viento,
que mueve sin propósito la arena,
como quien baila que se mueve apenas,
por el mero placer del movimiento.

         Sin pretensiones, sin predicamento,
como un eco que sin querer resuena,
dejar que cada sílaba en la oncena
encuentre su lugar y su momento.

         Que el soneto nos tome por sorpresa,
como si fuera un hecho consumado,
como nos toman los rompecabezas,

          que sin saberlo, nacen ensamblados.
Así el amor, igual que un verso empieza,
sin entender desde donde ha llegado.



domingo, 19 de junio de 2011

La saboneta



La saboneta
                                      A Ulric Picó, jinete mecánico hacia el que será



En el bolsillo, mecido por un calor oscuro,
su tic tac palpita, ajeno y paralelo a tus latidos.
Apéndice lastrado,
                           custodio custodiado del tiempo,
la saboneta traduce, mecánica,
la insondabilidad del universo hasta hacerla humana
           y comprensible.
En acompasado vaivén paralelo,
el móvil te incomunica con su exceso allá donde estés.
Desterraste el pulso automático e  inconsciente
                   del reloj de pulsera
para hacerte galeote concéntrico de pulgar e índice:
la circularidad de su cuerda
                                  te acerca
                                                  al tiempo circular
                                                  en que progresas.
Las horas fluyen,

                   serpentean los minutos

                                  se precipitan los segundos...

Pero tu tiempo ahora es tuyo: tú lo modulas,
le das vida a voluntad
           vive porque tú lo enrollas en espiral,
           sobre sí mismo
                                  una
                                  y
                                  otra vez,
venciendo su resistencia,
su tendencia a la longitudinalidad.

Es tu esfuerzo diario
el puente de tu presente: si abandonas tu vigilancia
el tiempo se para.

La saboneta:  crisol material de lo intangible,
vórtice que baila en la palma de tu mano
mientras tú vives
                           y  creces

sobre el binario balanceo que generas
para llegar hasta ti desde ti,
                                  gracias al puente de tu presente.

jueves, 16 de junio de 2011

Destellos XIII

Destellos ciegos, poesía sin imágenes pero no muda porque no hay silencio en la oscuridad radiante de las palabras. Braille lírico, al brillo del tacto de los ojos. Dice María Zambrano:
“Las palabras son los ojos con los que vemos lo invisible”
José Ángel Valente, mallarmeanamente, abole el paisaje e inaugura el decorado lingüístico: hace poesía que comunica conocimiento. Metapoéticamente (de “poiesis”, creación,  fuerza genésica):
         Palabra
Palabra
hecha de nada.

Rama
en el aire vacío.

Ala
sin pájaro.

Vuelo
sin ala.

             Órbita
de qué centro desnudo
de toda imagen.

                             Luz,
donde aún no forma
su innumerable rostro lo visible.

(De “Material Memoria”, en El fulgor. Antología poética (1953-1996).Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1998, pág. 202. Selección y prólogo de Andrés Sánchez Robayna)

O poéticamente:

                Ícaro

Sobre la horizontal del laberinto
trazaste el eje de la altura
y la profundidad.
                              Caer fue solo
la ascensión a lo hondo.

(Op. Cit., “Mandorla”, pág. 247)


Miguel Hernández nos ha regalado imágenes imposibles de ver, posibles de imaginar explicadas con palabras, acercadas al pensamiento con la hipérbole. Bastan dos momentos de su “Elegía” a Ramón Sijé para disfrutarlas:

“Tanto dolor se agrupa en mi costado,
  que por doler me duele hasta el aliento”

“No hay extensión más grande que mi herida”

(“El rayo que no cesa” en Obra completa I, 
Madrid: Espasa Clásicos, 2010, pág. 435)

Gabriel Ferrater, en su “Cambra de tardor” de Les dones i els dies (1968), es capaz de hacernos ver un tono, un ambiente, manipulando las palabras en adánica sinestesia familiar, extrañada:

“La persiana, no del tot tancada, com
un esglai que es reté de caure a terra,
no ens separa de l’aire. Mira, s’obren
trenta-set horitzons rectes i prims,
però el cor els oblida. Sense enyor
se’ns va morint la llum, que era color
de mel, i ara és color d’olor de poma[...]

                            (Barcelona, Edicions 62, pág. 57)

Carlos Marzal, en La vida de frontera (1991), traslada la transubstanciación de las palabras a su poética misma:

Por las aguas del cuerpo y de la mente,
la ciudad fluye hacia ninguna parte.
De vivir nos consuela solo el arte,
que es estar con la gente sin la gente.

Sabe que también la experiencia es un paisaje del que hay que dar cuenta contándolo:

“La poesía es una aventura verbal que trata de dar cuenta de la aventura vital de una consciencia”

Georg Christoph Lichtenberg, ese profesor de física experimental autor de aforismos escépticos, irónicos y satíticos, iconoclasta por igual ante los viejos conservadores y los jóvenes “sturmunddrangueros”, construyó una vez la existencia de

“un cuchillo sin hoja al que le falta el mango”
La emoción indomable” de Gabriela Amorós Seller aparece en los limbos blogueros como una inflexión, como una frontera  entre el ver y el explicar: siente en la vida y nos devuelve su impresión o su pasión en forma de mundos verbales, con sus estalactitas y estalagmitas de palabras dinámicas o estáticas. Rebeldía de la fuerza surrealista encauzada, que no domada, por el parnasianismo que la objetiva. De la palabra a la imagen de una mirada llena de mundo.
Ignacio Aldecoa puede sorprendernos al poetizar una acción tan poco lírica como la de preparar el hielo de las neveras del pesquero Aril en su Gran Sol (1958): gongorinamente (que es mucho decir en una novela “taxonomizada” como realismo social –“sui generis”, eso sí-) hace que las palabras embellezcan la “realidad” que traducen a literatura en una maniobra lírico-épica.
“El pico hacía un ruido corto y preciso al dar en la masa de hielo. La pala daba un sonido agrio y largo. Punto del pico, raya de la pala. Escupía Macario la saliva del trabajo, pastosilla y ahogante. Punto del pico, raya de la pala. El ruido del hielo al desmoronarse era entre metálico y cristalino”
(ALDECOA, Ignacio. Gran Sol. Barcelona: Noguer, Biblioteca Universal Contemporánea, 1. 199717ª, pág. 103)

El gran masturbador (1929), Salvador Dalí


Salvador Dalí, creador del realismo onírico, versionó o creó (no lo sabemos) en palabras dos de sus mundos surrealistas: El gran masturbador y La metamorfosis de Narciso. Son imágenes y poemas: ¿gallina o huevo?

Metamorfosis de Narciso (1937), Salvador Dalí

La filosofía, la poesía, la ciencia, la pintura incluso, la vida misma, tienen, a veces, más consistencia en las palabras que en las realidades que las provocan o las imágenes con las que las imaginamos (pero que necesitamos explicarnos con palabras). Palabras: palabras para ver el mundo y hacerlo nuestro, interior. A contratiempo: “palabra”: “parabla”(hacia 1250): “parabola”(del latín, compararación, símil): “parabole” (del griego, alegoría, derivado de “paraballo”, comparo, pongo al lado). La realidad está fuera, las imágenes son simulacros: las palabras nos pertenecen aunque no sean del todo nuestras.
Debemos abolir la inefabilidad como imperativo creativo porque, precisa y wittgesteinanamente, “de lo que no se puede hablar hay que callar”... Y si escribimos es porque podemos. Y quien lee nos da la razón: en su mente lectora emergen las imágenes de los mundos construidos con palabras., con la alquimia de las palabras. Como imágenes mentales, como destellos ciegos.

El fondo va desnudándose de su forma y nos muestra tal como somos: vida vivida, pálpito y vida por vivir.
Atalaya del placer, espérame en la cresta de la ola. Sus espumas son cosa tuya.
Te has marchado sin irte, pero sin poder quedarte. Sin embargo estás aquí.
Vértigo: vuelvo los ojos y sorprendo el abismo en mi interior. No hay más baranda que la de tu mirada, desde fuera.
El rayo cesó por fuera, pero ya era infinito y eterno por dentro: había instalado su vida en el relámpago.
Cosmogonía agónica del día: génesis adánica de sus noches; estertores crepusculares de sus días.
Somos navegantes del aire, lastrados por el peso de nuestras miserias a las que fingimos llamar “gravedad”.
Lugar común poblado de ausencias que se buscan y no encuentran más que un denso vacío que las justifica.
Clonación del abismo, del agujero, del vórtice hacia toda la nada.
Añorar lo que se tiene es la mejor afirmación en el presente: el deseo hay que cumplirlo después. Esa es su única exigencia.
Trampantojo: hipálage, sinestesia, metonimia, eclipse. Llegar a la contemplación sin llegar a ver, sin llegar a tocar. Sinécdoque de los ojos que saben.
Que en esta densa noche deseo y razón abran horizontes concéntricos  donde las cosas cumplan su pacto secreto con las palabras.

domingo, 12 de junio de 2011

También somos lo que callamos

Esta es la segunda parte de la entrada Valses de la memoria (pecio de 1955)” y, espero, un prólogo más para la restauración de ese libro perdido antes de poder ser leído, a contratiempo.





Jorge Semprún y Maura (1923-2011)
Imagen tomada en 1995 por Gorka Lajarcegi (El País)
        José María Quiroga Plá (1902-1955)
Imagen tomada en París, quizás , por Joan Gelabert.



La muerte de Jorge Semprún el 7 de junio en París se lleva, como todas las muertes, más de lo que podemos imaginar: no solo fue un testigo y agente de la historia del siglo XX, también protagonizó su intrahistoria. Cuando era, a lo Caballero Bonald, “el tiempo que le quedaba” (y era mucho en los presentes de 1943 a 1945, cuando era el número 44904 en Buchenwald) sabía que nunca podría hablar sobre el olor a carne humana quemada: esa inefabilidad compartida, ese silencio anunciado es toda una revelación. Pero, superada (que es mucho más que resistir con vida) la experiencia de convivir con el exterminio, a su largo viaje todavía le quedaba recorrido: cuando entró con 24 años a trabajar en la UNESCO (allí se encargó de tareas de traducción entre 1946 y 1952, mientras, sin rencor, intentaba compensar al mundo de los estragos que él mismo había sufrido desde que fuera arrestado por la “Geheime Staatspolizei”. Seguía siendo el tiempo que le quedaba y quería, desde la fuerza intelectual, que Europa viviese en una liberación como la que el protagonizó aquel 11 de abril de 1945, con un “panzerfaust” (pero desde ese momento transformado en bazuca de ideas contra los totalitarismos, en “puño antitanque”, en pensamientos antidictaduras)  Empezaba a ser Federico Sánchez y también el dirigente del PCE expulsado en 1965 junto a  Fernando Claudín y el ministro de cultura cesado en 1991 y el intelectual firme, dialéctico y honesto en sus ideas y coherente con sus ideas. También era el escritor que, como otros nombres hoy ignorados (José María Quiroga Plá, Jacinto Luis Guereña…) o célebres (Beckett, Cioran…), hizo de la coyuntura histórica una lección humana: español afrancesado (con lo que ese adjetivo tiene de peyorativo, que es la misma ignorancia ilustrada de quien lo profiere); español que escribe en francés que no puede ingresar en la Academia Francesa de la Lengua por mantener el pasaporte español (que sí le permite ser ministro de cultura en España)… Toda una lección de las contradicciones del siglo XX.
Aquí nos interesa la intrahistoria, como se sabe, la lírica de la épica. Y nos hemos perdido un choque de trenes incruento: el “enfrentamiento” entre Jorge Semprún y José María Quiroga Plá de 1946 a 1952, cuando el autor de Valses de la memoria fue el jefe del de La escritura o la vida y ambos libros estaban sin escribir, latentes, pero ya eran vivencia, materia prima. Quiroga Plá había dejado la disciplina comunista en septiembre de 1939 como protesta el pacto germano-soviético. Jorge Semprún ingresó en el PCE en 1942: un año después fue detenido, torturado y deportado por pertenecer a la resistencia anti-nazi. Cuando entró a trabajar en la UNESCO con veinticinco años, ya llevaba encima la experiencia de la barbarie que fue vida cotidiana entre sus veinte y veintidós años, con ese olor a carne quemada instalado en las fosas nasales de su memoria. Allí, en aquel París de 1947, le esperaba el jefe de la Sección de Traducción Española, José María Quiroga Plá. Era otra “normalidad”, precaria, pero alejada de aquella en la que su conocimiento del alemán (obligado de niño, por su padre, José María Semprún y Gurrea, el mismo que prologó Morir al día) que le permitió manipular listas de traslados para salvar a personas mientras exhibía la “s” de “spanier”, dentro de su triángulo rojo. El director de la UNESCO, George Delavenay, había advertido de la necesidad de neutralidad de los trabajadores del organismo. Quizás Quiroga Plá tuvo que recordarle la consigna de la empresa y saltaron las chispas. O, simplemente, el joven comunista no estaba tan centrado en las tareas de revisión como su director necesitaba. De las hocicadas entre ambos, de caracteres fuertes, ya no habrá testimonios directos. Ecos de ese “conflicto” quedan en Autobiografía de Federico Sánchez (pág. 17):

Primera edición, Barcelona, Planeta, 1977


“Estaba José María Quiroga Pla, el escritor, que era yerno de Unamuno, y que se las arreglaba para defenderse contra los rigores calvinistas del famoso “espíritu del partido” con una mala leche salobre y corrosiva”
O en algunas cartas de Quiroga Plá a Martínez Nadal (del 9 y el 30 de diciembre de 1951 o del 29 de marzo de 1952). Dice el poeta que debe
redoblar el trabajo en la oficina, porque Semprún hace lo menos que puede”;
que
Semprún sigue haciendo el señorito. Va a tener que cambiar… o que mandarse mudar”
y que
Semprún sigue trabajando poco y muy bien”


Eran los exilios del exilio, la mezquindad de la brega diaria que hipotecaba los horizontes: amplios para el joven traductor, hijo del embajador de la República en La Haya, José María Semprún y Gurrea y nieto del político conservador Antonio Maura; cortos para su jefe, amigo de su padre.

De izquiera a derecha, los hermanos Semprún con el puñoen alto, en un juego transcendente: Álvaro (1924), Jorge (1923), Gonzalo (1922), Carlos (1926) y Francisco (1927)



Jorge y Gonzalo Semprún en los años treinta, lejos de Buchenwald y de Los valses de la memoria


También se lleva con su silencio lo que pudo saber sobre Valses de la Memoria. Jorge Semprún tenía 32 años cuando su hermano Gonzalo, con 33, debió hacerlo llegar a Max Aub en México. He fracasado en todas las ocasiones en que he intentado ponerme en contacto con él para investigar lo que podía saber. Del libro queda un poema conservado por Rafael Martínez Nadal y el prólogo que Quiroga Plá dictó a Virgilio Garrote Fernández, un joven salmantino a quien el poeta ayudó a conseguir trabajos eventuales en la UNESCO, que nos ha llegado a través de la viuda del poeta, Suzanne Duval (y que reproduce, en facsímil, la edición de Martínez Nadal Miguel de Unamuno: dos viñetas. Y José María Quiroga Pla: hombre y poetas desterrados en París (1951-1955), Madrid, Casariego, 2000, pág.294)
La veintiséis líneas, tomadas taquigráficamente, reproducen las palabras de un Quiroga Plá agónico pero lúcido, militante de la causa medular de toda su poesía: la confianza en el hombre a pesar de la “cansera”, la esperanza con todos sus matices amargos. Como Jorge Semprún.

Notas en clave personal de Virgilio Garrote Fernández que reproducen las palabras de Quiroga Plá




Dos detalles de las notas taquigráficas para el prólogo a Valses de la memoria


Algunas palabras de ese prólogo improvisado son apenas perceptibles y el “traductor” para la posteridad, Virgilio Garrote, lo indicó con zonas punteadas.



Con la muerte de Jorge Semprún no solo hemos perdido un excelente escritor y un intelectual comprometido con su tiempo, también somos algo más ignorantes por tener menos datos para cimentar nuestro presente, que viven ya en su silencio, como las broncas con su jefe o el olor a carne quemada del exterminio.